miércoles, 7 de julio de 2010

Momentos históricos: Carrhae, la ruina oriental de Roma.



Estamos en el año 53 AC. La República romana vive tiempos convulsos, ya que las ambiciones personales están relegando a un segundo plano la legitimidad ancestral del Estado. Varios militares y políticos no hacen sino socavar los cimientos de constitucionalidad de la ciudad del Tiber. La lucha incesante entre optimates y populares ha traído como resultado la perdida y desplazamiento de la influencia del principal órgano ejecutivo y legislativo ( el Senado) a favor de la alianza entre tres poderosos hombres.

Son Cayo Julio César, Cneo Pompeyo y Marco Licinio Craso.

César se encuentra en la Galia, intentado someter a los irreductibles galos y de paso, aumentar su riqueza personal y su influencia sobre la plebe romana.

Pompeyo, vencedor de piratas, armenios y del reino del Ponto, se encuentra en Roma, como garante de la alianza entre él, César y Craso.

Por último, queda Craso, el hombre más rico del mundo, vencedor de Espartaco, que intenta contrarrestar la creciente influencia de César y desea ampliar tanto sus riquezas como la gloria militar necesaria para plantar cara en un futuro a sus circunstanciales aliados.

ANTECEDENTES

Después de la reunión en Lucca (56 AC), César, Pompeyo y Craso acuerdan un reparto de la provincias romanas más ricas y con más posibilidades de incrementar la gloria personal. César se agencia la Galia por 5 años más, Pompeyo recibe Hispania, aunque la gobernará desde la distancia y Craso recibe Siria.

Esta reparto hace que Craso ambicione incorporar a la orbe romana el Imperio Parto.
Este reino, sucesor del imperio de Alejandro Magno y de sus descendientes ( los diadocos, concretamente los seleucidas) se encuentra en plena expansión. Para el año 55 AC, sus dominios se extienden desde Mesopotamia hasta casi el Indo.

Pese a que tanto Sila como Lúculo habían firmado tratados de paz con ellos, esto no amedrentará a un hombre como Craso, con tan pocos escrúpulos como talento militar.

Craso llega a Siria a mediados del año 54 AC. Sustituye a un hombre de confianza de Pompeyo, Aulo Gabinio, que había restablecido a Ptolomeo Auletes en el trono de Egipto y se preparaba para invadir a los partos, que se encontraban en plena guerra civil.

Rápidamente, Craso cruza el Éufrates, violando los tratado de paz y se lanza a inspeccionar el terreno. Ocupa varias posiciones enemigas sin dificultad y establece guarniciones. Posteriormente, regresa a Siria , dado que se acercaba el invierno y en esa estación es complicado realizar cualquier tipo de operación militar. El gobernador parto de la zona, Silaces, consigue escapar para anunciarle a su rey la expedición de invasión lanzada por los romanos. Como se comprobara más adelante, permitir que los partos se reorganizaran fue catastrófico para los intereses de los romanos.

Mientras tanto, en Partia, Fraates III había sido asesinado por sus dos hijos, Orodes y Mitridates. Como Mitridates era el mayor, se proclamo rey, pero su hermano Orodes no deseaba quedarse relegado a un segundo plano. Reunió un ejército y ordenó a su general más capaz, Surena, que acabase con su hermano. Dicho y hecho, Surena sitió a Mitridates en Babilonia y logro vencerle. El final.... ya se sabe y Orodes se convirtió en el nuevo rey parto.

Para entonces, Craso ya había regresado a su provincia y en vez de entrenar y fortalecer a su ejército, se dedicó a saquear los templos de Judea y Siria, entre los que destacó el de Jerusalén, que irritó de sobremanera a los judíos.

A todo esto, apareció Artabaces, el rey de Armenia. Como buen ave de rapiña, pretendía sacar beneficio de las conquistas romanas. Aconsejó a Craso que iniciara la invasión por Armenia, ya que así no tendrían que soportar las altas temperaturas estivales y porque tácticamente era más factible acabar con los partos. Esto era debido a que los partos empleaban como fuerza de combate principalmente a la caballería y en Armenia, con un terreno escarpado y agreste, les sería más difícil emplear sus tácticas de envolvimiento.

Craso no le prestó atención, posiblemente por prever que tendría que recompensar generosamente al monarca armenio.

Para mediados del año 53 AC, Craso consideró que era el momento adecuado para conquistar el imperio parto o arsacida. Comenzaba la aventura.


LA CAMPAÑA


Inició Craso la conquista con cerca de 35.000 hombres de infantería y 7000 de caballería ligera. Su objetivo inicial era conquistar las dos capitales partas, Babilonia y Seleucia del Tigris, Para ello, pretendía recorrer el camino más corto, que era atravesar las áridas llanuras mesopotámicas.

Esto era una autentica locura, porque el terreno llano favorecía las tácticas de envolvimiento partas. El ataque de los jinetes arqueros, combinada con el apoyo de la caballería pesada ( catafractos), serían letales para los romanos, ya que apenas dejarían a las legiones maniobrar y porque para este tipo de combate se necesita una caballería menos liviana y con más capacidad de adaptación a ese tipo de lucha.

A todo esto, apareció un regulo árabe, llamado Acbaro, que había ayudado anteriormente a Pompeyo en sus conquistas en Oriente. En realidad, ahora estaba al servicio de los partos.
Rápidamente se ganó la confianza de Craso y le recomendó atravesar el desierto, ya que le hizo creer que de esta manera podría sorprender a los partos, ya que se desconocía el paradero del rey Orodes y no habría fuerzas partas después de cruzar el árido terreno.
Naturalmente, todo esto era falso y los partos estaban agazapados para dar el golpe mortal.

Los romanos cruzaron el desierto y antes de finalizar la travesía ,se ausento Acbaro, diciéndole a Craso que tenía que retirarse por cuestiones estratégicas.

El viejo Craso le creyó y después de muchas penalidades, lograron atravesar el desierto y llegar a un afluente del Éufrates, llamado Balissos.

Aparecieron varias unidades partas de reconocimiento, que se retiraron rápidamente, creyendo los romanos que los partos eran unos cobardes y no se atreverían a enfrentarse a ellos.

Posteriormente, los romanos enviaron exploradores y apenas llegaron unos pocos de regreso, anunciando que un gran ejercito de caballería se encontraba cerca. Surena, el general parto, comandaba un ejército de más de 10.000 jinetes.

Esto causó perplejidad y temor en los romanos, que nos esperaban de ninguna manera un ejército parto tan cerca.

Craso apenas permitió descansar a sus tropas y ordenó a sus sufridos legionarios perseguir al ejército enemigo.

LA BATALLA

Los partos, protegidos por su caballería pesada, empezaron a lanzar una lluvia de flechas sobre los romanos. Viendo que apenas podían resistir, Craso ordenó formar en cuadro.

Esto era una desfachatez, ya que en vez de extender el ejército por la llanura, para evitar el envolvimiento, facilitó a los partos su táctica de ataque a distancia y les ayudó a fijar la posición donde debían de lanzar las flechas.

Craso pensó que pronto se les acabarían sus flechas y podrían intentar un ataque frontal, pero Surena ya lo había previsto. Coloco en la retaguardia a una guarnición encargada de proveer flechas a cualquier jinete que las necesitara.

Viendo que las flechas no cesaban, Craso ordenó a su caballería ( dirigida por su hijo Publio) que atacará a los jinetes arqueros, pero estos se alejaban continuamente y además aparecieron los catafractos, que acabaron rápidamente con ellos, al poseer superioridad numérica.

Sólo les quedaba resistir. Al anochecer, los partos se retiraron, dejando un panorama dantesco; cerca de 20.000 romanos muertos en el campo de batalla. Era el resultado de la avaricia desmesurada de Craso.


EL FINAL


Craso aprovechó esta oportunidad para replegarse a Carrhae, la ciudad más cercana, con los restos de su ejército, abandonando a cerca de 4.000 heridos en el campo de batalla, los cuales fueron masacrados por los partos al amanecer.

A la noche siguiente, Craso optó por huir de la ciudad hacía el oeste, aprovechando de la costumbre parta de no combatir a la caída del sol.

Para ello se ayudó de un guía local, llamado Andrómaco, que, en realidad, era un espía al servicio de los partos, el cual condujo mediante engaños a lo que quedaba del ejército romano, por un terreno que dificultaba el avance, hacia el grueso del ejército parto.

Quinientos jinetes al mando de Cayo Casio Longino ( futuro asesino de César) y 5.000 legionarios romanos desconfiaron del traidor y desertaron, dirigiéndose ellos mismos hacia Siria.

El resto de los romanos se encontraron a la mañana siguiente con el ejército de Surena, el cual les ofreció parlamentar.

Presionado por sus soldados, Craso se vio obligado a aceptar la oferta. Durante el encuentro, éste y parte de la delegación romana fueron capturados y, posteriormente, ejecutados.

Los 10.000 restantes romanos, considerando que Surena les perdonaba la vida si se rendían, optaron por esto último. Su destino; servirían como prisioneros en las fronteras orientales del imperio parto.


CONCLUSIONES


Esta campaña, tan mal planificada y nefastamente ejecutada, nunca debió hacerse. Los romanos no contaban con un ejército capaz de adaptarse al tipo de lucha que empleaban este tipo de pueblos y además, si a esto unimos las necedades de Craso durante toda la campaña y la batalla, no se podía esperar otra cosa que el desastre.

La muerte de Craso dinamitó el status quo de la República, ya que su muerte sirvió en bandeja de plata la lucha mortal de César contra Pompeyo por la supremacía.

Y es que la avaricia parece no tanto un vicio como una triste prueba de locura.