lunes, 15 de marzo de 2010

Momentos históricos: La batalla de Hattin (1187)



Antecedentes del conflicto

Retrocedemos en el tiempo una vez más, a los sofocantes y áridos terrenos de Tierra Santa. Concretamente al año 1187. La situación no puede ser más compleja. Los reinos cristianos establecidos en Outremer se encuentran en plena guerra con el sultan egipcio Saladino. Este indomable guerrero, conocido por su valor, audacia y caballerosidad, fundó la dinastia ayyubi en el país de los faraones en 1171, sustituyendo a la decadente fatimí. Había logrado aunar las diferentes corrientes del Islam bajo un mismo cetro, heredando el legado de otro mítico guerrero, Nur al Din.

Los reinos cristianos estaban divididos en intestinas querellas internas. Especialmente significativo era el caso del Reino de Jerusalén. Había sido fundado en 1099, tras la toma de Jerusalén por los cruzados, durante el transcurso de la Primera Cruzada. Hasta mediados del siglo XII había sido regido por gobernantes capaces, superando las dificultades que entrañaba un reino cristiano rodeado de hostiles principados musulmanes. En 1174 falleció Amalarico (aquel que se alió con los bizantinos para conquistar Egipto y fracasó en el intento). Le sucedió su hijo Balduino IV. En este punto comenzarón las dificultades. El problema de fondo no fue la valía y pericia del nuevo soberano, sino su enfermedad, la lepra.

Aún con la enfermedad despedazando su físíco, sus esperanzas y su vida, fue capaz de retrasar las caída del reino consiguiendo una de las victorias más infravaloradas de la Historia, la de Montgisard (1177), donde vencío con inferioridad numérica a Saladino.

Al no poder engendrar un heredero por la enfermedad, el poder debía desplazarse obligatoriamente a los nobles, en los cuales militaban dos facciones, los partidarios de coexistir con los musulmanes y el sector más belicista, que englobaba a los Templarios y los nuevos cruzados provenientes de Europa.En el primero destacaban Raimundo de Tripoli (senescal del reino), Roger des Moulins o Balian de Ibelín ( no fue como lo pintaban en el Reino de los Cielos) En este segundo militaba, entre otros, Guy de Lusignan. Este guerrero de la baja nobleza francesa había contraído matrimonio con Sibila, la hermana de Balduino. En caso de fallecimiento del rey y al no existir todavía la ley sálica, el sería el encargado de asumir el trono. Destacaba por su pusilanimidad, su falta de criterio e ignorancia.

Cuando falleció Balduino en 1185, heredó el trono. La situación era francamente crítica. Saladino estaba hostigando continuamente a los cristianos y esperaba el pretexto necesario para atacar Jerusalén.
Guy, que no contaba con el beneplacito de la nobleza asentada en Jerusalén, necesitaba afianzar su posición. Debío ceder ante las pretensiones de dos hombres de alta posición en el reino, pertenecientes a la facción más belicista. Eran Gerard de Ridefort y Reinaldo de Chatillón. Uno era el maestre del Temple y Reinaldo era un bandido que había prosperado en Tierra Santa saqueando y matando musulmanes. Ambos, en cierto modo, condicionaban su apoyo a cambio de que el rey declarara la guerra a Saladino.

Guy cedió y Reinaldo atacó a una caravana en la que iba la hermana de Saladino, aduciendo que estaban armados. Esta era la ocasión propicia para ambos para poder declararse la guerra.

La Batalla

Saladino decidió tomar la iniciativa y puso sitio a la ciudadela de Tiberiades, para atraer a los cristianos y vencerlos lejos de sus bases de aprovisionamiento. Raimundo de Tripolí, que sospechaba de esta maniobra, abogó por esperar a Saladino, pero Gerard de Ridefort y Reinaldo presionarón a Guy para atacar. Guy cedió nuevamente y dió luz verde para atacar al sultan.

El calor era sofocante y la retaguardia se veía continuamente acosada por los arqueros montados de Saladino; los caballeros iban a pie, ya que sus caballos habían muerto. Guy de Lusignan se dio cuenta de su error y estuvo de acuerdo con Raimundo de Trípoli para dar un rodeo por el pueblo de Hattín, donde se encontraba un pozo de agua. Pero Saladino no se dejó embaucar por la maniobra y mandó a sus tropas para que les cortaran el camino. El rey decidió entonces establecer un campamento para pasar la noche en esta meseta. Ya no tenían agua, los hombres intentaron dormir ataviados, por miedo a verse sorprendidos en su sueño por los enemigos. A algunos cientos de metros percibían las risas y los cantos de los musulmanes, a quienes no faltaba nada.

A la mañana siguiente, el ejército reanudó su marcha: tenían que alcanzar el pozo de agua. Las tres columnas se desplegaron entre dos colinas volcánicas, los cuernos de Hattin. Los musulmanes los seguían acosando y los cuerpos de batalla se separaron. El rey tomó entonces una posición estratégica, al pie de los cuernos de Hattin. Pero las tropas de Saladino prendieron fuego a las hierbas secas, asfixiando a los cristianos con el humo.

Saladino se tomó su tiempo. Prosiguió sus ataques de acoso y no parecía tener prisa por lanzarse al asalto final. Para el rey latino, no había más que una salida para abrir la vía hacia Hattin: atravesar la barrera enemiga. Ordenó a Raimundo de Trípoli cargar con sus caballeros. Taqi al-Din, sobrino de Saladino, al mando de esa barrera, dividió entonces sus tropas para abrir el paso, pero lo cerró inmediatamente después. Las tropas cristianas no habían podido seguir y Raimundo de Trípoli se encontró solo. Al verse incapaces de ir en ayuda de su camarada, los cristianos se dirigieron a Tiro.

Los infantes habían escalado la colina norte de los cuernos, pero se encontraron entre un precipicio y las tropas musulmanas. Muchos de ellos murieron arrojados al vacío y otros se rindieron. Mientras, la caballería de Saladino había cargado contra los cristianos, que se refugiaban en el cuerno sur. Saladino escogió ese momento para lanzar el asalto final. Los caballeros consiguieron esporádicamente arrollar las líneas musulmanas, pero se vieron rechazados. Saladino lanzó el último asalto para apoderarse de la tienda roja del rey, donde se encontró la Vera Cruz, una sagrada reliquia. La noche del 4 de julio todo había acabado. Guy de Lusignan fue hecho prisionero, al igual que Reinaldo de Châtillon, el peor enemigo de Saladino.

El reino de Jerusalén estaba herido de muerte y su caida conmocionó a toda Europa. tanto que el Papa de entonces, Urbano III, falleció por el colapso que le ocasionó la noticia.

Era hora de una nueva Cruzada, pero eso ya es otra historia.

2 comentarios:

  1. It is one of these battles that changed dramatically the events. If the Christians had supported Jerusalem, perhaps at present there would be a different situation. I have seen your blog and it has interesting topics. It is still like that

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  2. Realmente era de esperar perder los territoriso cristianos en Tierra Santa con semejante banda de ineptos. Podían haber esperado y haber cedido a Saladino la ciudadela de Tiberiades, pero estaban tan corroidos por dentro que no se dierón cuenta de la trampa que les estaban organizando. En fin, un desastre sin igual.

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